¿Cómo afectan las bebidas azucaradas a los niños?
Estudios realizados en varios países están demostrando un fuerte incremento en la prevalencia de obesidad entre niños y adolescentes. Este incremento es muy preocupante debido a que la obesidad aumenta el riesgo de desarrollar patología metabólica (obesidad, síndrome metabólico e hiperglucemia) y arteriosclerótica futura; coronaria, carotidea y periférica.
Por otra parte, el consumo de bebidas azucaradas en los jóvenes está incrementando de forma paralela al incremento de la obesidad infantil, de tal forma que ha sido señalado que en EEUU ambos, la prevalencia de obesidad y el consumo de bebidas azucaradas, se han doblado desde 1970 (4.a). Dado este incremento paralelo se ha sugerido un papel causal del consumo de bebidas azucaradas en el desarrollo de obesidad infantil (4.b). Confirmar esta hipótesis es importante ya que, actualmente, la mayoría de los estudiantes de la escuela de segundo grado, como los niños, consumen bebidas azucaradas de forma habitual, incluyendo bebidas carbonatadas, sobre todo colas, bebidas deportivas, bebidas energéticas y bebidas altamente azucaradas de café y té (6) que deberían restringirse.
Ha sido señalado que la responsabilidad de las substancias azucaradas en el desarrollo de obesidad probablemente sea debido a que, a diferencia de los carbohidratos complejos (ricos en fibra que producen saciedad), las bebidas azucaradas son nutrientes pobres que producen escasa saciedad y, además, suelen consumirse con alimentos grasos y salados; luego añaden a la dieta calorías superfluas que favorecen la obesidad. Algunos autores han señalado que de entre todas las sustancias azucaradas, la fructosa es la principal responsable de la obesidad en niños y jóvenes. Los autores basan esta afirmación en que ha sido demostrado que este azúcar promueve la lipogénesis (formación de grasa), la esteatosis hepática y la Diabetes Mellitus. Además afirman que la fructosa es capaz de evitar la enzima reguladora de la glucosa en la entrada en el ciclo tricarboxílico y, por tanto, a más consumo de fructosa, más se metaboliza.
Los sustentos más importantes de la hipótesis de que el consumo de bebidas azucaradas produce obesidad han sido de tres tipos:
- Primero, la confirmación epidemiológica de que las bebidas azucaradas aumentan el riesgo de desarrollar ganancia de peso y obesidad
- Segundo, la demostración de que el consumo de bebidas azucaradas propicia más ganancia de peso que el consumo de bebidas conteniendo edulcorantes artificiales como aspartamo
- Tercero, la demostración de que sujetos sometidos a restricción de bebidas azucaradas mejoran su índice de masa corporal (IMC) más que los sujetos sin ningún tipo de restricción.
Los argumentos más sólidos son los multiples estudios de restricción realizados que, aunque no todos consiguen demostrar la hipótesis, tomados todos juntos constituyen un buen soporte de la misma. En este sentido, James y colaboradores fueron de los primeros en comprobar que la reducción de bebidas con gas azucaradas prevenía el desarrollo de la obesidad en niños. Estos datos fueron corroborados por Sichieri y colaboradores cinco años más tarde. Después, en el año 2012, se publicaron tres estudios que fueron fundamentales para el conocimiento de la relación entre consumo de bebidas edulcoradas, obesidad y susceptibilidad genética a dicho trastorno. Dado su interés los revisamos a continuación.
En primer lugar, Ebbeling y colaboradores, realizan un estudio para constatar el efecto sobre la ganancia de peso de una intervención que incluye la provisión de bebidas no calóricas en el domicilio de 224 adolescentes obesos que consumen regularmente bebidas azucaradas. El grupo experimental recibió un año de intervención diseñado para no beber bebidas azucaradas, seguido de otro año sin intervención. Este grupo se comparo con un grupo de sujetos similares que no recibieron intervención. El grupo experimental descendió el consumo de bebidas azucaradas prácticamente a cero el primer año y el consumo fue menor durante el segundo año que el encontrado en el grupo control. EL BMI medio al año fue menor en el grupo experimental; -0,57 (p = 0,045) con un pesor menor de 1,9 Kg (p = 0,04) Sin embargo, a los dos años no tubo diferencias significativas (p=0,46) en el grupo total, aunque las diferencias fueron significativas en el grupo de hispanos al año y a los dos años (p= 0,007 y p= 0,01) respectivamente, pero no lo fueron en sujetos no hispanos (P> 0,35 en ambos años). Los autores concluyeron que la intervención dirigida a limitar el consumo de bebidas azucaradas redujo el IMC medio y el peso en el primer año, pero no en el segundo, aunque existió diferencias entre hispanos y no hispanos.
En segundo lugar, Qi y colaboradores (12) examinan la interacción entre la toma de bebidas azucaradas y la predisposición genética a la obesidad. Esta predisposición fue calculada según un score de 32 polimorfismos genéticos (loci) del IMC corporal asociados con obesidad, de dos cohortes prospectivas de hombres y mujeres. Encontraron evidencia de que existe interacción entre un factor dietético importante (la toma de bebidas azucaradas) y el score genético del riesgo de obesidad y el porcentaje de la misma. Por consiguiente, los participantes con predisposición genética pueden ser más susceptibles al desarrollo de obesidad que los que no tienen esta predisposición. El estudio no aporta los mecanismos responsables de la interacción. Sin embargo, soporta la necesidad de estudiar si la reducción de las bebidas azucaradas es más eficaz en las personas predispuestas. Un hecho que también sugiere el estudio anterior en relación con las diferencias étnicas.
En tercer lugar, Ruyter y colaboradores (13) en niños no obesos en un estudio bien diseñado, doble ciego, encuentran resultados que sugieren que el reemplazamiento enmascarado de bebidas conteniendo azúcar (104 cal) por una bebida libre de azúcar reduce significativamente la ganancia de peso y la ganancia de grasa en niños con peso normal. La única limitación del estudio es que por razones no bien determinadas el 26% de los participantes no completaron el estudio.
Despues, Morenga y colaboradores realizaron un metaanalisis de 22 estudios que analizaron el riesgo de desarrollar sobrepeso, entre niños consumiendo 1 o más bebidas azucaradas al día (o zumo en tres estudios) comparándolos con los niños que no consumían ninguna bebida. Encontraron una razón de riesgo, significativa estadísticamente, de 1,55 (intervalo de confianza de 1,32 a 1,82) para ganancia de IMC más elevado. Es decir, que tenían un riesgo mayor (poco más de una vez y media más) de desarrollar sobrepeso los que consumían bebidas azucaradas.
Finalmente, Zheng y colaboradores realizan un estudio prospectivo en jóvenes y encuentran que el consume de bebidas azucaradas se asocia con cambios en la grasa corporal en niños a largo plazo, pero lo más importante es que el cambio de bebidas azucaradas por agua o leche, pero no por zumo de fruta al 100%, se relaciona inversamente con el desarrollo de obesidad.
Los resultados de estos trabajos sugieren que las bebidas azucaradas juegan un papel importante en la obesidad de niños y adolescentes, sobre todos en los que tienen predisposición genérica. Esto hace recomendable la puesta en marcha de decisiones políticas que limiten la accesibilidad y consumo de estos productos, pero dichas medidas no deben ser tomadas de forma aislada. Es importante que los padres, los colegios, los profesores, los medios y cualquier institución se impliquen en el control, según recomendaciones de las sociedades académicas, para controlar la prevalencia creciente de la obesidad.
A pesar de las campañas realizadas a nivel nacional para disminuir el consumo de bebidas azucaradas, un estudio reciente en EEUU ha encontrado una ingesta elevada de calorías dependiente de dichas bebidas que, además, es mayor cuanto mayor es la edad, así: niños de 2 a 5 años consumen de 125 a 139 Kcal por día; los que tienen entre 6 y 11 años consumen de 176 a 220 Kcal día; y los de 12 a 19 años consumen 290 a 298 Kcal por día. Esos datos demuestran que las campañas han sido poco eficaces y deben complementarse con acciones individuales. En nuestra opinión, a nivel individual, son los padres los que deben controlar la ingesta de calorías azucaradas superfluas, sobre todo en los niños con predisposición genética a ser obesos, como serían aquellos con familiares de primer grado obesos, o bien los que han tenido en alguna etapa de su desarrollo sobrepeso.
Terminamos afirmando que la disminución de bebidas azucaradas, a pesar de ser importante, no debe ser una medida aislada sino parte de un conjunto amplio de medidas, ya que la obesidad en un problema multifactorial que depende de la interacción de factores genéticos y ambientales muy diversos. De tal forma que, aunque tiene mucha importancia la labor de los padres, el problema es de toda la sociedad, así como del gobierno. En este sentido un informe de hace más de cinco años nos continúa pareciendo adecuado e incluye una estrategia con cinco puntos:
- Convertir la actividad física en una parte integral y rutinaria de la vida del sujeto.
- Crear ambientes de bebidas y alimentos que aseguren que las elecciones de más fácil elección serán los saludables.
- Transformar los mensajes sobre actividad física y nutrición
- Aumentar el papel de los proveedores de salud, aseguradoras y empleados en la prevención de la obesidad
- Hacer de las escuelas un punto nacional de la prevención de la obesidad.
No queremos dejar de enfatizar que independiente de lo acertado de la estrategia anterior, los padres en primer lugar, y los educadores en segundo, tienen un papel fundamental en evitar la obesidad de su hijo o alumno, respectivamente. Utilicen el peso periódica o diariamente. Solo esto evitara la obesidad.